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Dubrovnik es un tesoro

La luz de las lámparas de las calles se encendían al caer la noche sobre la ciudad. Uno tras otro, mis pasos iban llevándome por calles que hace mucho tiempo no recorría, trayéndome recuerdos y preguntándome si habría nuevos recuerdos en estas paredes para mi en el futuro, porque todos conocemos esos lugares que siempre visitamos, el restaurante tal, la playa, un par de hoteles, pero alejarse un poco de esos sitios comunes y comenzar a respirar otro aire, poder experimentar una ciudad de otra manera, con otros sabores, es algo que siempre busco, algo más, y a veces es difícil hallarlo.

Aunque dicho todo esto, Dubrovnik tiene ese encanto de haber quedado congelada en el tiempo, por lo menos una parte de ella. Aún conserva pequeñas callejuelas empedradas, ventanas con velos y cortinas pesadas, los faroles que han visto miles de noches bajo su luz... es un encanto poder perderse en medio de tanta belleza y poder admirar esos pequeños tesoros, a plena vista para que los descubra el que vea un poco más allá.

Me gusta ponerme mis mejores galas, como si fuera una dama de un tiempo pasado y salir a pasear por allí, para ver la reacción de la gente y hacerles preguntarse ¿en qué momento decidimos que no queríamos este tipo de belleza alrededor de nosotros?, ¿en qué momento preferimos un frío edificio de cristal a un puente de piedra con una y mil intrincados diseños? Cuando esas preguntas me rondan, prefiero refugiarme en esos pequeños oasis de belleza pasada que aún el mundo guarda, tesoros que hay que resguardar para que generaciones futuras puedan conocer, sentir y vivir ese pasado que es parte de todos nosotros.